Estimado Señor Alcalde, Corporación Municipal, Diputación Provincial y Junta de Comunidades de Castilla la Mancha, Señor Ilustrísimo Obispo de la ciudad, autoridades civiles y militares, Corte de Honor, familia, amigos y Álvaro (mi sobrino) que tanto cariño me das, conquenses todos, público en general, gracias por vuestra asistencia,
(Carlos saca una silla pequeñita que pone al lado del atril)
Siéntate aquí un momento, acompáñame hoy. Hace mucho tiempo que ya te marchaste, y desde entonces han ocurrido muchísimas cosas en mi vida y en nuestra ciudad. Como sabes, apenas tenía unos poquitos años, y te voy a contar una historia, que aunque sorprendente, es completamente cierta.
Estudiaba en el Colegio del Carmen de Cuenca, y recuerdo aquellos años con muchísima nostalgia, ya que te debo reconocer, que era el preferido para compañeros y profesores.
Aquel colegio encaramado en la roca, no solamente era precioso por fuera, sino que dentro tenía unos tesoros inigualables. Compañeros que desde los primeros años de mi vida comenzaron a sonreírme, a ayudarme sin pedirlo, a comprenderme e incluso a “pelotearme un poco” por ser lo que por aquel entonces no me daba cuenta, pero era algo especial. Mis profesores eran caso aparte, ya que con paciencia, con muuucha paciencia y con ahínco me enseñaron a leer. ¡Cuánto les debo a mis maestros!, (sé que era un tipo difícil pero resultón), y que con amor, con muchísima paciencia y amor, sembraron en aquellos días la posibilidad de que hoy esté detrás de este atril. Sobre todo a Gerardo y a Jesús, como baluartes en el amor hacia los libros y que seguro hoy se refugian entre el público (mira a la silla) “no se lo tengas en cuenta, siempre fueron mineros de la enseñanza sin buscar un reconocimiento” y eso les hace no solo grandes docentes sino enormes personas.
Aquellos años empecé mis andanzas en el mundo de la lectura y el teatro, siempre fijándome en aquellos protagonistas ochenteros que tantos malos ratos han hecho pasar a mamá. ¡Carlos quita el ordenador!, ¡Carlos baja la música!, ¡Carlos a cenar!, ¡Caaaaaaarlos…!
Allí se fraguaba una figura propia, y allí estaba Bárbara para recordármelo todos los días ya que el comentario era distinto, ella siempre decía ¡vaaaamos figura! hazle caso a mamá, estás en tu mundo ¡eeeeh figura!
La verdad es que lejos de quedarme solo, mamá y Bárbara estaban conmigo a cada momento, y ¡mira que les daba guerra!, pero nuestra familia también vivía fuera de las paredes de nuestra casa. Vecinos tenemos todos, pero nosotros además de eso, teníamos una familia. Recuerdo a Javier siempre en su estudio lleno de barro, a Angustias con su mandil en la puerta de casa esperándome como una segunda madre, a Alejandro enseñándome a sus gatitos, a Pascual y la Fé a los que siempre arrancaba las matas de tomates en las huertas de los Hocinos o a Mari Jose que siempre me aupaba y se reía…. ¡Éramos la familia del Castillo!, aquel barrio casi olvidado por la gente que vivía en la ciudad nueva, y que hoy, debo decirte que parece que se ha vuelto a poner de moda. Pero…. ¡Que te voy a contar!, vivir en el Castillo de una ciudad como Cuenca, es inigualable.
Y así fue pasando mi niñez, con barreños por las cuestas cuando nevaba, con mangueras en las calles para sofocar el calor en verano, y refugiado en los libros que me regalaban y mandaban Tito y los abuelos desde la lejana Barcelona.
No puedo dejar de contarte, que desde muy pequeñín formaba parte de un grupo de amigos que aún conservo hoy. Esos amigos que por muchas cosas que pasen siempre seguirán en mi vida y aquí quiero dejar constancia de ello hoy. Silvia, Paco, Irene,… y todos los demás integrantes de ADOCU, que desde el inicio de la andadura de esta historia, y con gran protagonismo en mi niñez, me han acompañado. ¡ADOCU fue un regalo en mi vida!, y fue cuando empecé a comprender ciertas cosas. Al principio, madres y padres constantemente reunidos, teléfonos sonando… Era completamente estresante para mamá y para Bárbara el pertenecer a esta asociación, pero lo que pronto me di cuenta, es que no eran ellas las protagonistas……. sino yo. Y ahí voy……….
No lo voy a esconder porque lo dice mi cara, sí, después de tanta nota de prensa, después de tanta entrevista y presentación, es verdad, soy Carlos y tengo síndrome de Down ¿Y qué?.... Lo importante de mi presencia aquí no es que tenga un cromosoma más, sino que lo realmente importante es que pese a eso, puedo ponerme detrás de este atril, y ¡bendito atril!
Atril que ha acomodado las palabras de Tico Medina, José Luis Coll, José Luis Lucas Aledón, Gustavo Torner, Miguel Romero y por última vez, mi predecesora, Almudena Serrano, entre otros. Todos ellos ilustres personas de Cuenca y grandes amantes de nuestra ciudad. Hoy lo ocupo yo, sí, vuelvo a decir, ¡Carlos Martínez! un chico con síndrome de Down, para mandar un mensaje claro y conciso, ya que lo importante no es mi condición, sino que pese a la misma uno puede llegar a la cima, demostrando a la sociedad que la integración, la diversidad, la normalización, y sobre todo el visionado, son herramientas para que por mucho que demuestre nuestra cara la existencia de una alteración genética, nada impide que consigamos aquello que nos proponemos. Nosotros no nos ponemos barreras, no sabemos nada más que quitarlas y debemos concienciar al mundo, de que la discapacidad que nos señalan, solamente está en los ojos de quien nos mira.
Y así es querido (Mira a la silla) ADOCU fue JOSE ANTONIO, fue ROSABEL y fue LUIS EMILIO entre otros muchos…
Acabé mis estudios en el Colegio del que siempre añoraré y pronto comencé la Educación Secundaria Obligatoria en el Instituto Fernando Zóbel. Eso fue otro mundo, ¡madre mía el primer día que llegué al Instituto!, ¡aquello era como las películas de guerra! que en alguna ocasión había visto entre anuncio y anuncio. La adolescencia llamaba a la puerta y comencé a descubrir el mundo del teatro como mi gran afición, compaginándolo con la natación y otros deportes, que me permitieron recorrer innumerables ciudades de España, acudiendo a campeonatos regionales y nacionales, con algún éxito que otro.
¡Pero siempre me gustó la gente! Siempre he sido un tipo gentil, y esa quería que fuese mi condición de ser. Me encantaba pasear por nuestra Plaza Mayor y ser saludado por un montón de personas, y por eso, finalizada la ESO decidí estudiar un módulo de comercio, donde sabía que el contacto con el público iba a estar presente en una profesión como ésta. Y allí me lancé, si mamá había realizado pocos viajes al Instituto y a la piscina, pues me embarcaba en una nueva aventura, (mira a la silla) “te tengo que comentar… lo de mamá es capítulo aparte”.
(mirando a la silla) ¿Y qué crees que pasó? Pues que finalicé mis estudios y pronto comencé una faceta profesional, ¿sabes dónde? En la residencia Sagrado Corazón de Jesús. Allí pasé una de las mejores épocas de mi vida, en contacto con aquellos que más necesitan de los demás, aprendiendo que cuando se llega a determinadas edades, no solamente es necesario la ayuda de otros, sino que nos volvemos a convertir en niños desprotegidos a los que no solamente hace falta ayuda, sino todo el cariño del mundo y de eso la sociedad actual sabe muy poco.
Mientras trabajaba, me propuse opositar, y el resultado ya lo sabes, lo habrás leído en la prensa, y mucho más estos días pasados. El mérito no es solo mío, sino de todas y cada una de las personas que me ayudaron durante esos años tan duros, y que hoy se convierte en la recompensa de estar en la Subdelegación de Defensa de Cuenca como EMPLEADO público. Ufff como suena eso, ¡Carletes a las fuerzas armadas! decía el graciosillo de mi cuñado, (a ese no lo conociste, pero no te pierdes nada).
Aquí he descubierto lo que son las fuerzas armadas, y no es otra cosa, que lo que había aprendido durante mi niñez y mi adolescencia, valores vitales como el compañerismo, la comprensión, la solidaridad, la disciplina y el esfuerzo como baluartes del éxito. Pero lo más importante, es lo que se esconde debajo de esos uniformes, (mira a la silla) ¡sí, sí que van con uniformes! es difícil de describir.
Han sido todo, en estos últimos años, no solo compañeros, es una palabra que se queda pequeña. Son gente maravillosa, honesta, servicial, amable, y sobre todo, unida. ¡Un regalo en vida!
¡Y aquí estamos! ¿Parece que ha quedado buena noche, verdad?
Pues basta de contarte cosas de mí, porque mira la cara de la gente, está casi dormida y tú has pegado algún cabezazo, que te he visto.
Pues todo eso ha ocurrido en estos años, y sabes el secreto, que estas cosas han ocurrido no solo por las personas que han estado a mi lado, sino también gracias a una ciudad como Cuenca. Tanto tengo que agradecerle a Cuenca, que daría para cinco pregones y me preguntaras el ¿por qué?
Pues mira he de contarte que Cuenca es una ciudad difícil de describir y sencilla de sentir, ¡Y cómo ha cambiado Cuenca desde que te marchaste!
Desde el arco de Bezudo a las Quinientas, Cuenca se transforma cada día. Como un camaleón que se acomoda a cada circunstancia que queda por venir y todo ello gracias a sus gentes. Empezaré por el principio.
Cuenca en Septiembre es un vendaval de emociones,
donde la ciudad se tiñe de colores, peñas y pasodobles,
para celebrar junto a la Catedral,
aquella conquista de Alfonso VIII, que hoy Barrios ha inmortalizado para la posteridad.”
Es ruido de gentes,
alborotos por las calles,
zurra y maromas unidos,
donde nadie es un extraño, y el turista bienvenido.
Son las callejuelas de Cuenca, fieles visionarias de una tradición.
que entre vaquillas enmaromadas, arroja a las gentes de Cuenca, a unos días intensos y cargados de emoción”.
Y es Cuenca en San Mateo una ciudad peculiar,
refugiada a la sombra de un pendón que se traslada
porque Alfonso VIII entregó,
no solo por valentía y honor,
sino por no poderse ir de Cuenca, sin agradecer a sus gentes que fueran patria de Martín Alhaja,
y por eso, lo donó.
Y así se prepara Cuenca, para un otoño de níscalos y hojas secas,
moviéndose pronto entre las bambalinas de luces, puestos y decoración navideña,
que harán de la ciudad de los ecos, una navidad especial.
La navidad en Cuenca es incomparable. Ha nacido el Mesías se anunciaba en aquella lejana Judea,
y como si no hubiese pasado el tiempo, los conquenses hoy acudimos a ver nacer a Dios,
a Carretería, el Hospital de Santiago , Las Camelias o la Iglesia del Salvador.
Cabalgatas en las calles,
anuncian a los más pequeños la venida de esos magos de oriente,
que dejarán en cada domicilio conquense
un trocito de amor y tradición
¿y sabes porque? Porque Cuenca es familia, hermandad y pasión,
y pasando estas fechas, casi tragando el último trozo de turrón,
Cuenca empieza a descolgar túnicas del armario de la ilusión.
La primavera conquense requiere un parón.
No solo porque nuestras hoces se visten de gala y los días soleados hacen su primera aparición,
sino porque me gustaría que vieras, como empiezan a latir los corazones conquenses esperando que se abran las puertas del Salvador.
Semana Santa en Cuenca no tiene descripción,
silencio en las aceras, rezos en el interior,
luz de tulipa y empuje de bancero, para hacer de Cuenca, recorrido de la pasión.
Y cuando se abren las puertas del Salvador
no hay un estruendo en el mundo que tenga comparación,
al acompañamiento que recibe el nazareno en su madrugada hasta nuestra Plaza Mayor.
Ruido ensordecedor, que encoje los corazones conquenses, al ser testigos directos de tan cruel sinrazón.
Y después de ello, la calma,
donde una ciudad que hace unas horas clamaba muerte y dolor,
ahora acompaña en su luto a nuestras Angustias bajando por Palafox,
y es que no solo es devoción,
sino que Cuenca sale a la calle para pedirle en silencio perdón,
por ser los herederos de lo que hace más de dos mil años sucedió.
Qué triste despedida, si dejáramos durante la primavera en el ambiente conquense esta desazón,
pero Cuenca de nuevo se engalana, para proclamar desde su Catedral, que en Cuenca también resucitó.
Y así va calentándose la ciudad, para llegar a una fiesta de marca mayor,
San Julián es en esta tierra, el fin del verano,
lo esperado por todos,
es decir, el colofón.
Oye (mira a la silla), basta de rimas ¿No? Creo que no ha quedado muy mal.
Pues sí, así es un año en Cuenca, y aquí se llega a la conclusión,
que para mí son las fiestas de San Julián, y por eso, ahí va el fin de este pregón.
Para mi San Julián es la insignia de esta ciudad,
no solo porque recuerde aquel hombre humilde que entre mimbres y cestillos paliaba la pobreza de esta ciudad,
sino porque, solamente en San Julián, jóvenes y mayores, recuerdan como un día fue Cuenca y como es en la actualidad.
Remonte del río y subida al Peñote,
pasacalles por el centro de la ciudad,
gigantes y cabezudos acompañados por dulzaineros que hacen presente la Cuenca en blanco y negro, nuevamente en la actualidad.
Y eso es llenar de alegría la ciudad,
no solo porque el niño disfruta, sino porque al mayor le dibuja, la sonrisa de aquella nostalgia que sigue viva y él se encarga de cuidar.
Niños en Santa Ana, deportes en cada pabellón,
y en el Recreo Peral se tumban los bolos conquenses recordando nuestra tradición.
Y es que en Cuenca somos gente de bien, sencilla, trabajadora, honesta y tradicional,
porque aquello que nos dejasteis lo queremos conservar.
Pero Cuenca crece, y sobre todo se nota en San Julián,
tardes de toros con carteles que ya quisiera cualquier ciudad,
campeonato de hípica de carácter internacional,
y al mismo tiempo una feria de artesanía, que no viene a Cuenca por casualidad.
No existe tiempo para tanto, ni para podernos juntar,
ya que existe tal jolgorio, tantas actividades de las que disfrutar,
que solo existe un lugar, un solo lugar,
donde Cuenca coincide de lleno, y eso es el recinto ferial.
A los pies del bosque de acero, (mira a los políticos) ¡Que luego me lo tendréis que explicar!,
se planta en Cuenca esos días el epicentro de diversión, entretenimiento y fraternidad.
No es que a mí me guste en exceso las atracciones y las tómbolas, pero sí me gusta quedar,
y eso hace la feria en Cuenca, invitarnos a quedar.
Invitar a los más queridos,
a los más despegados durante el año,
a los viejos amigos,
y cada uno de los hermanos,
para que niños y no tan niños, puedan disfrutar,
del colorido de las luces,
de ese rico algodón ferial,
de alguna sardina asada
o algún churro que luego ¡vaya ardor que dan!
Pero lo menos importante es eso, lo principal es quedar, para dar por finalizado el verano junto aquellos que todos los días nos vemos y con aquellos que solo en estas fiestas están.
Conciertos, Verbenas, Carpas, atracciones y un recinto ferial,
que hacen de las noches de San Julián,
que Cuenca sea el lugar de fiesta, donde todo el mundo quiere estar.
Cuenca es una ciudad de todos, y así se celebra en San Julián,
al unísono, porque eso es la feria de Cuenca y la gente de este lugar,
donde lo que hacemos lo hacemos grande porque somos unidad.
Y no podía acabar este pregón sin miraros a vosotros, sí a vosotros, para hablar de unidad,
aquella que tantas personas como yo necesitamos y aquella que nos debéis brindar,
para que estas palabras no solo se queden en un pregón conquense, sino en un mensaje de unidad,
y que en los próximos años no solo se pueda contar,
que un joven con Síndrome de Down un pregón puede dar
sino que sois una ciudad encantada por darnos a gente como yo una oportunidad.
OPORTUNIDAD PARA INTEGRARNOS,
OPORTUNIDAD PARA TRABAJAR,
OPORTUNIDAD PARA HACER COSAS BONITAS EN ESTA ÚNICA CIUDAD,
DONDE ESPERO QUE DENTRO DE NO MUCHO, SE HAYA EXTINGUIDO LA PALABRA, DISCAPACIDAD.
Y con esto quería llegar al final,
(mira a la silla) ya ves lo que ha cambiado Cuenca, y lo que juntos podemos alcanzar,
porque esta Ciudad como te dije, lo tiene todo especial.
Vámonos para la feria porque Carlos se despide ya, deseando que paséis unas felices fiestas y gritando un ¡¡VIVA CUENCA¡¡ Y un ¡¡VIVA…………….……… SAN JULIAN¡¡
(Carlos cierra su pregón y lo deja en la silla)